Los habitantes de la ciudad, listos como nadie, urdieron un plan para aniquilarlos y así, pensaron agasajarlos con una opípara cena consistente en conejos a la brasa. Sorprendidos los franceses no dudaron en aceptar la invitación y así los rondeños comenzaron a perparar un banquete para sus invitados; mientras que algunos hombres salieron a la sierra para cazar los conejos algunas mujeres distrajeron a los soldados cantando y bailando y otras fueron a recoger ramas de adelfa.
Al atardecer empezaron a preparar la cena, prepararon los conejos y los iban ensartando en las varas que habían recogido antes y los asaron. Los soldados comieron tan deliciosa comida regada con buen vino, y bailaron hasta que el sueño los rindió. A la mañana siguiente, todo el ejército allí acampado estaba muerto.
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