Ese mismo día otra anciana de 83 años
era atacada en un distrito vecino, pero la mujer no contó con tanta
suerte como la anterior, pues la atacaron golpeándola fuertemente y la
asfixiaron posteriormente con una almohada robándole la pequeña cantidad
de 200 francos. El cadáver fue encontrado atado con la cuerda de una
cortina.
Cuatro semanas más tarde fue hallada
otra mujer, esta vez de 89 años, asfixiada con una bolsa de plástico y a
la que le faltaban unos 500 francos y un reloj valorado en 300 francos.
A partir de ahí los crímenes se
volvieron más violentos y de una crueldad extrema. La siguiente víctima
fue una maestra jubilada de 71 años, quien tras ser amordazada y
maniatada con un cable, fue golpeada con tal fuerza que tenía la nariz y
la mandíbula rotas. Habían utilizado una bufanda para estrangularla. La
autopsia revelaría posteriormente que la mayoría de los huesos de la
parte derecha del cuerpo se hallaban destrozados. El asesino se llevó
unos 10,000 francos.
Dos días después se encontró un nuevo
cadáver. Una mujer, de 84 años, había recibido varios golpes en el
rostro, luego le dieron una mortal paliza y la torturaron hasta la
muerte. Tenía la boca y la garganta abrasadas por ácido; la habían
obligado a ingerir sosa cáustica, quizá para que confesara dónde
guardaba el dinero. Se calcula que el botín fue de unos 500 francos.
Así continuaron los crímenes en días
sucesivos hasta alcanzar la terrible cantidad de ocho mujeres
brutalmente golpeadas y asesinadas en tan sólo cinco semanas.
La policía apenas podía realizar la inspección ocular del lugar de un crimen cuando ya se le notificaba de otro caso.
El robo de dinero parecía ser el único
móvil de aquellos crímenes brutales, pero las cantidades eran tan
ridículas que la policía pronto desechó la idea. Cuando la policía
parisina intentó trazar un perfil del asesino de ancianas le resultó muy
complicado, pues aquellos crímenes no encajaban en ningún modelo
conocido. El asesino no tenía móvil sexual, pero sí era desconcertante
el sadismo y la brutalidad demostrados en los crímenes.
Los investigadores dedujeron en seguida
que se trataba de una persona sin empleo fijo, debido a las horas en que
se cometieron los asesinatos, y que ésta tenía una buena presencia
física o que era una persona “encantadora” a primera vista, pues nunca
se hallaron cerraduras forzadas ni puertas golpeadas. Por las heridas de
las víctimas, también pensaron que se trataba de alguien joven y
robusto, pero todo eso no era suficiente para atrapar con rapidez al
asesino reincidente.
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