
La oficina de la Unión Marítima Nacional (NMU) se encontraba a pocos metros de distancia, en el 2335 de la calle 100, y confirmaron que, efectivamente, un sujeto había ido durante los dos o tres días anteriores para solicitar un puesto en algún barco en dirección a Nueva Orleans. Los despachos no se limpiaban todos los días y en una papelera la policía encontró un formulario arrugado con un nombre: Richard Franklin Speck.
A las once de la mañana el inconsciente asesino se despertó en la cama del Shipyard Inn, vistiendo la camisa y los pantalones oscuros que se había puesto el día anterior. Se acercó al lavabo y se mojó la cara para despabilarse; entonces se fijó en que su mano derecha estaba manchada de sangre. Sin embargo, su ropa no tenía ninguna mancha. No conseguía recordar cómo había llegado esa sangre hasta allí; no podía recordar nada. Supuso que se debía a algún corte, pero aún quedaba otro detalle preocupante: tenía una pistola, pero no sabía cómo había llegado a sus manos. Se encogió de hombros, ya que la vida de un alcohólico está llena de pequeños misterios. Bajó al bar para comprar una botella de vino y en ese momento en la radio daban la noticia de los asesinatos. Speck señaló el aparato y comentó con el camarero:
- "Espero que cojan a ese hijo de puta"
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