Por desgracia Joachim siguió asesinando. En Bredeney,
engañó a una niña de cinco años, Ilona, consiguiendo que se subiera a un
tren. Al cabo de veinte millas, ambos bajaron del tren. Joachim la
estranguló y violó, y luego se llevó partes de su cadáver.
fuentes: http://www.asesinos-en-serie.com
A este hombre enloquecido no le
importaba la edad de sus víctimas. Llamó a una puerta elegida al azar.
Cuando Maria Hettgen, de 61 años, abrió, murió a puñaladas. Poco
después, Jutta Rahn, de 13 años, corrió la misma suerte. Se sospechó que
un hombre llamado Peter Schay, sobre el que la Policía estaba
investigando, era el asesino, principalmente porque tenía el mismo grupo
sanguíneo que el asesino.
No obstante, como no había pruebas de
que hubiera participado en el asesinato, se le dejó libre. Durante
varios años, los amigos y vecinos de este hombre inocente le hicieron el
vacío, hasta que Joachim confesó haber asesinado a Jutta.
En 1976, a Oscar Muller, de Laar,
Alemania Occidental, su vecino de la puerta de al lado le dijo que el
inodoro de su piso estaba atascado. Oscar fue a verlo con la idea de
arreglarlo. Se quedó horrorizado al darse cuenta de que en el inodoro
flotaban diminutos trozos humanos. Salió del edificio y rápidamente
encontró a un agente de policía. En el barrio había varios policías
porque esa misma mañana había desaparecido de un parque cercano Monika
Kettner, una niña de cuatro años. Un agente acompañó a Oscar, echó un
vistazo al inodoro y llamó a sus superiores
Un grupo de detectives fue a ver a uno
de los vecinos de Oscar, Joachim Kroll, para registrar su piso. En su
frigorífico encontraron trozos de carne de la niña desaparecida. En el
congelador, descubrieron más trozos de carne humana bien empaquetados.
El asesino era consciente de que sus 21 años de asesinatos iban a
concluir. Confesó todos los asesinatos que recordaba, pero admitió que
había muchos otros de los que no se acordaba. La Policía cree que no
pasó un solo año en que no se cobrara una víctima, aunque no se acordara
de todas ellas.
Mientras contaba con todo lujo de
detalles los crímenes de los que se acordaba, Joachim contó con toda
tranquilidad como conoció a Gabriele Puettmann en un banco de un parque.
Tenía la intención de matarla y violarla pero cuando le enseñó fotos
pornográficas, Gabriele saltó y se fue corriendo.
Gabriele nunca le habló a sus padres del
incidente pero cuando, once años después, fue nombrada en la confesión
de Joachim, se dio cuenta de lo afortunada que había sido al lograr
escapar de las garras de uno de los caníbales más conocidos de Alemania.
Como en República Federal de Alemania no existía
la pena capital, la máxima pena a la que pudo ser condenado Joachim
Kroll fue cadena perpetua.
fuentes: http://www.asesinos-en-serie.com
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