
El 30 de diciembre de 1809, en plena Guerra de la Independencia con poco más de veinte años, Sierra vivió su particular bautismo de sangre. Había sido reclutado en la última novatada y ese día formaba parte de una partida de tropa que, bajo el mando del sargento Francisco Rosell, entraba en el Pla de Santa María para descansar unas horas antes de reanudar la marcha. Durante la parada, en Sierra tomó la barretina a una joven, que denunció el hecho al sargento. Este mandó formar la tropa y, como el autor del hurto no confesó, registró uno por uno todos los soldados, así que encontró la barretina en posesión de Serra. El castigo no pasó de una leve reprimenda pública, una vejación demasiado severa en los ojos de Sierra que, poco después de reanudar la marcha, se ofreció a llevar el fusil a un soldado de más graduación y, con el arma de fuego en las manos, apuntó al sargento Rosell, le disparó y lo mató al instante
Lo primero que hizo una vez fuera de la ley fue matar al campesino que le había dado la bofetada (de ahí su apodo: había matado a un hombre por una pera ...). Su carrera delictiva fue aumentando el número de cadáveres a su conciencia. Según la leyenda, por cada muerte encendía dos velas en la ermita del Carmen de Valls, y que, antes de matar a la víctima, le dejaba tiempo para que rezara un credo. Fue detenido cuando estaba en casa de su compañera, en el Mas d'en Simó. Trasladado a Valls fue juzgado, condenado y descuartizado. Sigue diciendo la leyenda que antes de morir pidió que le encendieran dos cirios a la ermita del Carmen, María, su compañera enloqueció y murió poco después: nadie cumplió su última voluntad.
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