
Las pocas mujeres que sobrevivieron a esta enferma, comentaron durante el juicio las atrocidades que realizó sobre sus compañeras y sobre ellas mismas, y entre estas se incluyen torturas implacables y por supuesto, asesinatos por doquier. Iba vestida con unas peculiares y pesadas botas, látigo en mano, y pistola. Permitía que perros se lanzaran sobre los cuerpos de aquellas mujeres, para que fueran devoradas vivas, tras varios días sin darle de comer a dichos animales, con la intención de que después se abalanzaran contra las presas judías.
Otra de sus "labores" preferidas en aquellos campos de concentración, era la de encañonar a las reclusas con su pistola, y dispararles a bocajarro disparos en sus cabezas. También torturaba a niños de las reclusas, e incluso abusaba sexualmente tanto de ellos como de ellas. Además muchas de estas mujeres, murieron siendo golpeadas una y otra vez con su látigo, y las dejaba morir desangradas. Entre asesinato y asesinato, Irma Grese no perdía el tiempo, y se acostaba tanto con sus compañeros como con sus compañeras de campamento, importándole un pimiento que las reclusas le gritaran solicitándole comida y medicinas, para poder evitar la muerte. Con el paso de los días, las semanas, y los meses, su impresionante belleza física, se fue trastocando, hasta tener una imagen prácticamente de monstruo malvado, lo que en realidad era.
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