jueves, 26 de noviembre de 2015

Asesinos en Serie (Daniel Camargo [IV])

En Guayaquil, Camargo sobrevivía como un indigente que cargaba bultos en un mercado público, ganando apenas un sueldo de 40 sucres diarios (algo menos de un dólar) con esto se mantenía a base de seco de chivo (una comida típica muy económica) y cola. Además tras cada asesinato vendía bolígrafos, ropa, joyas y otros objetos de sus víctimas. Aún así su situación económica era tan precaria que debía dormir en el banco de algún parque.
Siendo feo, viejo y pobre como era, Camargo no seducía a sus víctimas sino que hábilmente utilizaba su fealdad y vejez a favor de un sutil método de engaño y persuasión. Él, que casi siempre seleccionaba niñas, púberes y jovencitas de estratos sociales bajos, se acercaba con la Biblia en la mano y les decía que era extranjero, que estaba buscando al pastor George Winchester, a su fábrica e  iglesia, que debía entregarle una fuerte suma de dinero a dicho pastor y que les daría una buena cantidad de dinero si le acompañaban y le mostraban el camino. Incluso, a las que no eran niñas las engañaba diciéndoles que les podía conseguir un buen empleo en la fábrica del pastor, la cual siempre quedaba a las afueras de la ciudad… Así y aprovechando su vejez y aspecto para que nadie (incluyendo las chicas) sospeche de él, Camargo tomaba un bus con la chica y, una vez que el bus se adentraba por parajes solitarios, él les decía que por allí había que bajar.
Llegaba luego el momento crucial, para lo cual él siempre hacía que la chica caminase atrás de él y a una distancia prudencial, de modo que así ella se sintiese confiada. Entonces era cuando él, con la excusa de buscar un atajo, decía que debían adentrarse en el paraje: si la chica se rehusaba, él la dejaba ir y ella se salvaba; si la chica lo seguía, él la llevaría al lugar propicio para violarla y matarla impunemente.
Una vez adentrados en el paraje solitario (en los casos en que le seguían), él se giraba con una mano detrás a modo de quien sostiene un revólver, le decía a la chica que el pastor no existía y que él la había llevado allí para “hacer el amor” y, tras insinuarle que si no cedía usaría el revólver (lo que tenía era un cuchillo), la sometía y la violaba. "Yo optaba por la persuasión antes que por la amenaza", dijo alguna vez Camargo con respecto a su método…
Como consideraba que la violación con muerte era un acto irrepetible y único, Camargo se esforzaba por retener todos los detalles sobre sus víctimas, memorizando siempre sus nombres y, cuando era posible tomaba objetos de su víctima para preservar un "recuerdo", aunque muchas veces acababa vendiéndolos para sobrevivir.
Finalmente, Camargo solía darle machetazos a los cuerpos, arrancarles los órganos a veces…Todo con el fin de despistar a la Policía, de dejar la menor cantidad posible de huellas. Dijo por ello lo siguiente de sí mismo: "mataba sin dejar huellas. Siempre llevaba una camisa de más, y cuando las manos se me manchaban de sangre, las limpiaba orinando sobre ellas"

Un 26 de febrero de 1986, minutos después de violar y asesinar a Elizabeth Telpes de 9 años de edad, una patrulla de la Interpol lo vio mostrando un comportamiento sospechoso a la altura de la avenida de Los Granados, una calle de Quito. Cuando los dos policías se bajaron para examinar al sospechoso, lo que hallaron los dejó sorprendidos: allí, en la bolsa de pertenencias de Camargo, estaban las ropas ensangrentadas de quien evidentemente había sido una pequeña e inocente niña…
Inmediatamente lo detuvieron. Posteriormente María Alexandra Vélez, una chica guayaquileña que se salvó del violador, identificó a Camargo cuando fue llamada a testificar. Aunque no sería complicado condenar a Camargo ya que él mismo se declaró culpable sin cómplices un 31 de mayo de 1986, admitiendo 71 asesinatos y violaciones y mostrando con espantosa frialdad a la Policía los sitios en que dejó los cadáveres de sus víctimas.
Después de su detención fue inmediatamente llevado a la cárcel de Guayaquil hasta que en 1989 fue trasladado al Penal García Moreno de Quito para cumplir la máxima pena que existía y aún existe en Ecuador: 16 años, un castigo insignificante para la escalofriante trayectoria criminal de Daniel Camargo Barbosa.
Desde el principio de su encarcelamiento en la cárcel de Guayaquil Camargo tuvo que ser especialmente vigilado para evitar que los otros presos le asesinaran. Finalmente Camargo fue trasladado al Penal García Moreno, donde los primeros días compartió celda con Pedro Alonso López alias “El Monstruo de Los Andes”, otro psicópata colombiano del cual se dice que cometió más de 300 asesinatos. No obstante La Bestia de Los Manglares no duraría muchos años más encarcelado pues el 13 de Noviembre de 1994 moriría asesinado por el recluso Luis Masache Narváez de 29 años (familiar de una víctima de Camargo).
Cuentan que era un tranquilo domingo de visita cuando, estando Camargo sentado en su celda, Luis Masache entró súbita e inesperadamente, lo agarró con violencia del pelo haciéndolo arrodillarse, lo miró y le dijo: “llegó la hora de la venganza”. Acto seguido le dio ocho puñaladas. Ya muerto el violador de vírgenes, Narváez bebió cuanto pudo de su sangre (antes de que lo detuvieran) inspirado en la creencia de que así el espíritu maldito de la víctima no lo seguiría. Ese fue el fin de Daniel Camargo Barbosa, cuyos huesos yacen en la fosa 798 del cementerio El Batan.




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