miércoles, 6 de abril de 2016

Asesinos en Serie (Yang Xinhai [II])

En efecto, ese mismo año de 1999 y con la bicicleta que lo acompañó cuando conoció a la chica que lo abandonó, Yang empezaría un itinerario de sangre que sólo se detendría en el 2003, dejando a su paso 67 muertes. Su modus operandi era éste: iba de una provincia a otra en su bicicleta, y por la noche entraba al hogar de las víctimas, casi siempre granjeros o agricultores; entonces, ya adentro, empleaba un hacha, un martillo o una pala, golpeaba hasta matar a la víctima o las víctimas, y a veces violaba a las mujeres, acabando después con éstas y con los presentes; finalmente, solía tomar ropa nueva, zapatos grandes y dinero.
Entre los crímenes más atroces de Yang estuvieron los siguientes:
En el primero, ocurrido en octubre del 2002, Yang asesinó con una pala a un hombre y a su pequeña hijita de seis años. Después violó a la embarazada esposa del difunto, dejándola viva (gracias a lo cual testificaría contra él en el juicio) pero gravemente herida.
El segundo ejemplo representa el más destructivo de sus crímenes, ya que fue la sesión en que más víctimas mató, acabando con cinco personas en una sola noche, todas de la misma familia.
Éste hecho ocurrió el 6 de diciembre del 2002, en Liuzhuang, y las víctimas fueron el granjero Liu Zhanwei de treinta años, su madre, su esposa, y su hija. El único superviviente del hogar fue el padre de Liu Zhangwei, Liu Zhongyuan de 68 años, quien se salvó porque había dormido en una nueva casa aquella fatídica noche. 
"Habíamos planeado movernos a la nueva casa el 9 de diciembre. ¿Quién iba a imaginar que ellos sufrirían aquella tragedia apenas tres días antes?, dijo Liu Zhongyuan a los reporteros chinos que lo vieron llorar frente a las cámaras. 
También, Liu Zhongyuan dijo que había visto a su nieta muerta aquella mañana (él encontró los cadáveres de mañana), que estaba yaciendo en el suelo, tenía un hoyo en su cabeza, y la habitación estaba repleta de sangre. El resto de los cuerpos también tenían las caras ensangrentadas, pero su esposa, víctima también del monstruo, aún vivía, en un penoso estado de agonía en que solo podía abrir y cerrar los párpados: no pudo volver a decir palabra alguna, y murió 10 días después en el hospital, con los recuerdos de la matanza zumbando como moscas, y la boca incapaz de proferir palabra alguna que diera cuenta de la  carnicería que presenció aquella noche, más oscura que cualquier otra noche de su vida. Añadiendo más detalles al cuadro de aquel 6 de diciembre, Yang confesó posteriormente que había usado un martillo de hierro ese día, que después enterró el martillo en una tumba cercana, que arrojó las ropas ensangrentadas a un río, y que, al igual que lo hizo y lo volvería a hacer, consiguió después otro martillo, puesto que nunca usaba el mismo por razones de seguridad.

 

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