viernes, 15 de enero de 2016

Asesinos en Serie (Ed Gein [II])

Sin embargo, no lo tomó en serio ya que Ed Gein era una persona excéntrica que solía contestar a todo con ironías y salidas de tono. El sábado 16 de noviembre de 1957, cuando Bernice Worden se dispuso a abrir la ferretería del pueblo, de la que era propietaria, no sabía que su vida cambiaría radicalmente desde aquel día.
Ed Gein, el vecino del que nadie sospecharía, entró por la puerta y pidió un anticongelante. Bernice lo apuntó en el libro de contabilidad, se introdujo en el almacén para buscar dicho material, cuando salió solo fue consciente de una cosa. Ed Gein la apuntaba con su viejo rifle de caza. Y sin tener tiempo para gritar o pedir auxilio, la bala salió del cañón y quedó incrustada en la cabeza de Bernice Worden.
Ed Gein se metió en el mostrador, cargó con el cuerpo de la propietaria y lo metió rápidamente en su furgoneta, tratando de no ser vista por ningún testigo. Entonces se marchó del luga. Pero su astucia de lobo quedó nublada por el error que cometió. En el libro de contabilidad quedaba constancia de que él había sido el último cliente. El auténtico terror comienza entonces para los dos oficiales de policía que realizan un registro en la casa del asesino, mientras otros dos se encargan de arrestarlo y llevárselo del lugar.
Cuando uno de los policías entra en la casa, queda marcado para siempre por lo que ve y siente en ese lugar. Desde el primer momento un olor horrible acompaña a estos dos agentes. Además, una cantidad exagerada de moscas rompe el silencio de la casa. Cuando uno de los dos policías continúa avanzando, siente cómo algo choca contra su hombro. Y al darse la vuelta, al girar sobre sus pasos, se arrepentiría para siempre de haber entrado en el lugar ya que colgado de un gancho del techo por los pies, decapitado y abierto en canal yacía el cadáver de quien posteriormente sería reconocida como Bernice Worden, propietaria de la ferretería, y última víctima de Ed Gein.
Los dos agentes salieron del lugar con rapidez, para no vomitar en el escenario de un crimen. Y tras recuperarse del shock, pidieron ayuda por radio. Cuando llegó el resto de patrullas, se descubrió que solo aquel sería habitable para una persona enferma. Basura, excrementos, revistas pornográficas y de anatomía, o tazas con chicles pegados en ellas eran parte del macabro escenario. Pero aquello no era nada comparado con lo que verían después.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario